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¿USAid sirve a los intereses de Estados Unidos?

Foto del escritor: Esteban RománEsteban Román






El gobierno de Estados Unidos, con Elon Musk a la cabeza, quiere desaparecer USAid, su gran programa de ayuda humanitaria, que ha beneficiado a países pobres desde hace casi 70 años, y que estaba gastando en la última década entre 40 mil y 60 mil millones de dólares anuales, más que el presupuesto que reciben la mayoría de los estados de la Unión Americana. 


Así que, si el trabajo del hombre más rico del mundo es ahorrar dinero público estadounidense, USAid por supuesto que iba a ser su primera víctima. La pregunta que debemos hacernos no es si alimentar niños en África o vacunarlos contra el VIH es algo que debería seguirse haciendo. Por supuesto. ¿Quién respondería que no a esa pregunta? Sin embargo, ese gasto, ¿beneficia directa o indirectamente a Estados Unidos en la actual competencia entre grandes potencias? ¿USAid mejora la posición estadounidense dentro de los países que reciben la ayuda?


Hay una respuesta moral. Y hay una respuesta pragmática. Claro que existe el argumento, razonable, de que la acción humanitaria es, en sí misma, benéfica para Estados Unidos porque muestra al mundo que la potencia norteamericana tiene valores. El problema es que no hay evidencia de que alimentar a niños en África, promover la democracia en Medio Oriente o impulsar la libertad de prensa en América Latina, haya hecho crecer en los países beneficiarios el apoyo a los intereses de Estados Unidos o la imagen del país siquiera. Rusia, por ejemplo, fue uno de los grandes beneficiarios de USAid después de la caída de la Unión Soviética. El objetivo principal, no lo ocultaron, fue hacer de Rusia un país normal que no quisiera usar sus armas nucleares para amenazar a todos los demás de no impedirle que invada a sus vecinos. ¿Cómo lo interpretó Rusia? Vladimir Putin, y la propaganda de su canal RT lo dicen muy claramente: creen que 2 mil millones de dólares de USAid se usaron para “desestabilizar” a Rusia. Dinero que iba a organizaciones civiles, no milicias, no guerrilleros, organizaciones civiles cuyo objetivo era promover la democracia dentro de ese país. Claro que esos malvados grupos de profesionistas -armados con ensayos y pancartas llamando a elecciones libres- eran una piedra en el zapato para un hombre que lleva 25 años de presidente. Y encima tienen el descaro de acusar al presidente ucraniano, Zelensky, de ser dictador.


El punto es que USAid comenzó en los años 60s como una herramienta de combate al comunismo. Sin embargo, en los últimos 30 años, sin un enemigo identificable, con presidentes como Bill Clinton, George Bush y Barack Obama, ingenuamente creyendo que China y Rusia podrían ser apaciguados con beneficios comerciales, USAid se convirtió en un instrumento de idealismo humanitario apolítico, gran idea si nos hubiéramos dirigido hacia una feliz comuna hippie capitalista tras la caída de la Unión Soviética. Pero no fue así. China y Rusia jamás abandonaron sus ambiciones globales. Sólo fingieron con el objetivo de beneficiarse de las inversiones y los mercados occidentales. 


Pero llegado este momento, 2025, Estados Unidos ya no puede darse el lujo de seguir siendo ingenuo. Si va a dar 50 mil millones de dólares en ayuda humanitaria cada año, ¿cómo le va a beneficiar eso? 


La ayuda no militar a Ucrania, por ejemplo, nunca debió haberse suspendido. Necesitan el dinero que se destinaba, entre otras cosas, a reestablecer la red eléctrica de las ciudades que Rusia ha atacado para congelar a la población civil durante el invieno. Esa ayuda humanitaria contribuye a que Estados Unidos force a Rusia a colapsar ante las insostenibles pérdidas humanas y económicas de su invasión. Es la mejor inversión que pueden hacer: repetir la hazaña de la caída de la Unión Soviética, por motivos económicos, sin necesidad de realizar un solo disparo. 


Me temo, sin embargo, que algunos en el círculo de Donald Trump, como Musk, carecen de la capacidad para ver tan lejos. Tienen bien el diagnóstico, de que no cualquier ayuda sirve a los intereses de Estados Unidos, pero fallan en ver que parte de ese programa sería muy valioso para enfrentar la guerra híbrida que, en este momento, China y Rusia emplean en contra de Estados Unidos.


Hace algunos años colaboré con una organización civil que recibía fondos de USAid. El objetivo de la organización era entrenar a periodistas en la frontera entre México y Estados Unidos, con el objetivo de hacerlos capaces de crear reportajes que atcaran la corrupción. Sé, de primera mano, que los encargados de USAid no buscaban imponer ninguna agenda política o económica que beneficiara a Estados Unidos. Pero me pregunté desde ese tiempo, ¿por qué mientras Rusia financia a medios de comunicación e influencers en México para empujar sus intereses, Estados Unidos paga millones de dólares en la noble tarea de entrenar a periodistas mexicanos que, quizá, incluso, en su fuero interno son anti estadounidenses? Para colmo, el presidente mexicano de ese tiempo, Andrés Manuel López Obrador, acusaba públicamente a USAid de querer tumbar a su gobierno, sólo porque el programa financiaba a organizaciones civiles y periodísticas que, en algunos casos, no todos, sí hacían reportajes en contra de su administración. Así que Estados Unidos terminaba pagando por una campaña de relaciones públicas en su contra. 


En suma. Están mal quienes creen que Estados Unidos puede seguirse dando el lujo de gastar dinero en ayuda que no le beneficia en nada. Trump y Musk tienen razón en que USAid debe ser revisada para no terminar pagando en cosas que le perjudican a Estados Unidos aunque la ayuda otorgada sea moralmente correcta. 


Pero también están mal  los aislacionistas MAGA que quieren cortar toda la ayuda internacional, impulsados ya sea por su ignorancia o -en el caso de influencers prorrusos- por los pagos que reciben de los enemigos de Estados Unidos. Porque es mejor atacar a tus adversarios desde lejos, antes de que vengan más cerca y más fuertes en el futuro. Así lo entendieron bien los políticos estadounidenses que enfrentaron a Alemania en la Segunda Guerra Mundial y luego los que combatieron a la Unión Soviética. Y ganaron con esa estrategia. 


Por eso ahora la mayor esperanza del eje autoritario, de China, Irán, Corea del Norte y Rusia, se posa sobre los radicales de izquierda y de derecha dentro de Estados Unidos, como Tucker Carlson, como Jill Stein, como Tulsi Gabbard, que quisieran ver a la potencia norteamericana retirada, ensimismada dentro de sus fronteras, para dejar a las otras potencias hacer lo que quieran con el resto del mundo. 




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